martes, 26 de abril de 2011

Va y me sale futbolero

Hay que joderse, con lo que yo he sido.

Que con un balón en los pies lo único que sé hacer es tropezarme.

Que cuando me obligaban a jugar, siempre hacía de defensa y mi técnica era "corre a por el delantero, ponte delante y ya se chocará" (ventajas de ser corpulento, quizá me habría gustado más el fútbol americano).

Que me he ganado el ostracismo en las conversaciones de café de los lunes.

Que puedo aguantar todo un mundial (si me esfuerzo mucho en no escuchar las conversaciones de café y no pongo la tele ni la radio) sin enterarme de un puñetero resultado.

Que llevo diecisiete años negándome a participar en la quiniela de los amigos y oyendo, cada inicio de temporada, "que te vas a arrepentir..." "cuando toque llorarás..." (de momento, no me han dado muchas razones para llorar, más allá de la penica que me dan cuando se emocionan por cobrar 10€ a repartir entre siete).

Bueno, pues va el niño y su mayor afición en la vida es darle patadas a un balón. Es ver una pelota, se le dilatan las pupilas y a correr detrás. Y nada de cogerla con la mano, no, a patadas. Encima se le da bien. Un año y medio y ya es capaz de mandar la pelota a escaparrar. Lo que implica que me toca a mí correr detrás del balón a buscarlo y chutárselo de vuelta. Y eso es casi como jugar al fútbol, que va en contra de mis principios.

Así que estoy muy descontento. Estaba pensando en desheredarle, pero claro, hay que ser pragmático. No vaya a ser que me salga una estrella del balompié que me resuelve la jubilación y no es cuestión de ponerse a malas. Aunque la genética juega en su contra. De momento lo único que ha heredado es que chuta de zurda como yo. Y creo que ése es todo mi pool genético futbolero.